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En la escuela por supuesto que nadie hablaba del norte: Leticia González, pionera en arqueología10 min read

 - Regios Al Cuadrado

La investigadora lagunera se percató de que nadie hablaba de la prehistoria del norte mexicano y se dio a la tarea de trabajar en función de la recuperación de la memoria histórica.


Caminó por los vericuetos del paisaje lagunero y se internó en él para poder contar la historia sobre sus primeros habitantes. A ella no la detuvieron ni las temperaturas que superan los cuarenta grados centígrados, ni la maternidad, las espinas de las cactáceas o el matrimonio. 

Hablamos de Leticia González Arratia, arqueóloga pionera en el desarrollo de la investigación arqueológica en el norte de México. 

Para quienes están inmersos en el mundo científico nacional, el nombre de Leticia González Arratia es referencia obligada. Se trata de una investigadora imparable que logró descentralizar la labor de campo y la narrativa histórica a través de los vestigios localizados en estados del norte del país, lo que derivó en investigaciones trascendentales. 

Hija pródiga de la ciudad de Torreón, en Coahuila, su segunda casa la ubica en el Museo Regional de la Laguna (MUREL) donde apuntó, gracias al trabajo de Gretel de la Peña, se ha podido concluir una gran remodelación de las salas permanentes y de los guiones museográficos que dan contexto histórico a los primeros habitantes de la región. 

Al finalizar la entrevista se realiza una sesión fotográfica en la que participan su hija, la investigadora Adriana Meza, y sus colaboradores más cercanos, colegas arqueólogos y funcionarios del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). 

Una imagen más, se le pide, y el fotógrafo le indica que se coloque frente a una pieza que da la bienvenida a las salas de exposiciones.

Ella, tan sobria como inteligente dice: -Ah, Mesoamérica, y su colega y ex alumno, Yuri de la Rosa, de inmediato suelta una sonora carcajada. 

Para él, el chiste se ha contado solo porque su maestra siempre pugnó por la investigación de lo que se ha llamado la prehistoria en el norte de México. MILENIO le realizó una entrevista sobre su trayectoria, sus intereses profesionales y lo que ha sido la vida cotidiana y la defensa de la memoria histórica de La Laguna, zona geográfica que comparten Coahuila y Durango, donde los cazadores recolectores tomaron asiento, siendo identificados como Irritilas.

Sobre su vocación

Sentada en la oficina de la dirección del MUREL, con sencillez apunta que el origen de su vocación fue el amor a primera vista. Todo comenzó cuando el 17 de septiembre de 1964 se inauguró el Museo Nacional de Antropología e Historia. 

Aunque vivía en Torreón junto con sus padres, ella quiso ir a conocer el recinto. 

“Yo lo fui a verlo por bonito realmente, no tanto por lo que hubiera dentro. Convencí a una amiga que tenía familia allá y con la cual podríamos llegar; creo que tenía 21 años. Con el museo todo mundo se impresiona aún en nuestros días porque es hermosísimo, excelente; lo diseñó el mejor arquitecto de México (Pedro Ramírez Vázquez)”. 

“Allí nos dieron una visita guiada y a la guía le dije que me encantaba todo lo que vi: cerámica, piedra, textiles, de todo. Y le pregunté ¿Cómo se le hace para trabajar aquí? Ella me dijo que estaba estudiando arqueología. Arriba estaba la escuela. Preguntamos y nos dijeron que había que inscribirse, no cuesta nada porque es gratuito. Y yo me dije que me cambiaba a la Ciudad de México”. 

María Teresa Arratia Gutiérrez, su mamá, así como Luis González Sepúlveda, su padre, tras su insistencia, fueron convencidos de que ella debía mudarse pero tendría que colaborar con la parte económica. Así que se puso a trabajar de inmediato. 

Al haber estudiado para ser secretaria bilingüe, ella pudo obtener una oportunidad laboral de inmediato. 

“Mi mamá me había metido a una escuela donde daban inglés, de secretaria. Y cuando llegué allá me dijeron que fuera a una oficina que tenían los empresarios norteamericanos para gente que sabía hablar inglés, porque en el Distrito Federal, entonces, casi nadie lo hablaba. Hice mi solicitud y de inmediato me llovieron ofertas. Me puse a trabajar en un bufete de abogados, sólo en las mañanas porque la escuela era en las tardes nada más. Así comencé en la arqueología”. 

Siendo estudiante se percató casi de inmediato de que nadie hablaba de la prehistoria del norte mexicano. Sencillamente no existía la zona en el imaginario de los arqueólogos. 

Identificado este hecho, se dio a la tarea de trabajar en función de la recuperación de la memoria histórica. 

“En la escuela por supuesto que nadie hablaba del norte, todas las materias estaban enfocadas hacia Mesoamérica y a las grandes ciudades prehispánicas, digamos que de Querétaro hasta el sureste. Y yo dije ¿Yo quiero saber qué hay, quién ha estudiado el norte? Me dijeron que había un arqueólogo pero no daba clases, se llamaba Luis Aveleyra Arroyo de Anda. Y una vez coincidí con él pero antes había buscado su bibliografía y me encontré con su libro de La Cueva de la Candelaria”. 

La Cueva de la Candelaria es un recinto prehistórico mortuorio situado al pie de la sierra de la Candelaria, en el Valle de las Delicias, al suroeste de Coahuila, relativamente cerca de la Comarca Lagunera, zona de gran empuje agroindustrial y ganadero. 

Al conocerla, Aveleyra Arroyo de Anda le recomendó que leyera los reportes que hicieron los jesuitas que llegaron hasta La Laguna a colonizar y se asentaron en Parras de la Fuente, Coahuila, quienes se encontraron a los más antiguos habitantes de la región, en el siglo XVI, y que vivían en torno a La Laguna de Mayrán. 

Aunque Adriana González Arratia se asentó en el Estado de México, su interés por el norte fue creciendo. Y coincidió con una propuesta de investigación sobre la fauna en el Bolsón de Mapimí, en Durango. 

Al conocer Gonzalo Halffter, quien era director del Instituto de Ecología, le solicitó poder hospedarse en su campamento para estudiar la zona. 

Éste le pidió un proyecto que a su vez compartió con el arqueólogo José Luis Lorenzo Bautista. Así Adriana desarrolló su investigación en el Bolsón de Mapimí en tanto que con ésta, de inmediato se le ofreció la base como investigadora del INAH. 

A partir de ese momento comenzó a hacer trabajo de campo en el norte de México. “El único lugar que se conocía y se había trabajado en esa época eran La Quemada y Paquimé (Zacatecas y Chihuahua); hay pirámides en Durango pero no necesariamente se conocían en esa época en que comencé a trabajar acá porque en el tiempo en que me vine yo. Después incluso me estaban proponiendo del INAH que me fuera a abrir una oficina a Durango, ya que en esa época sí se conocía La Ferrería”.

Cuando llegó a Torreón no existía el MUREL

Con raíces en Torreón, era común que visitara la ciudad para ver a sus padres. A ella le tocó que en México se abriera el departamento de prehistoria, con Pablo Martínez del Río. 

A él se le informó sobre la Cueva de la Candelaria, donde se localizaron bultos mortuorios. Junto con Wenceslao Rodríguez, salía a explorar la zona, que González Arratia no se inmuta para establecer que a esas prácticas se les denomina saqueos.

Finalmente y tras el terremoto ocurrido el 19 de septiembre de 1985, el INAH se quedó sin oficinas y se propuso a los arqueólogos que estuvieran en las zonas de interés, pagándoles los gastos de transporte y mudanza. 

Así, González Arratia llegó a trabajar al MUREL, institución que emergió de la lucha de los laguneros. 

“Fue gracias al entusiasmo, que eso sí también tienen mucho los laguneros, que de inmediato se formó un patronato para conseguir dinero y se iban a México y a Saltillo con el gobernador, hasta que construyeron este museo, no cejaron, entre ellos Alberto González Domene, que tuvo que ver con el movimiento para conseguir dinero. Antes del temblor ya estaba aquí el profesor Aveleyra como director y él comenzó por su cuenta y riesgo”. 

“Él había estudiado con dos grandes prehistoriadores y era muy buen fotógrafo; uno era español y el otro, uno de los grandísimos prehistoriadores franceses André Leroi-Gourhan, quien se dedicó a fotografiar y dibujar las pinturas rupestres de Francia. Yo no sé si eso le inspiró a él pero cuando se encontró en la Cueva de la Candelaria, que se viene de Europa, y que luego que ya se queda como director en este museo, decide iniciar el Proyecto de Arte Rupestre y comenzó a fotografiar todos los petroglifos que se encontró, las pinturas rupestres”. 

La entrevistada apuntó que posterior, hubo un trabajo asignado al INAH que se llamó Proyecto Procede, porque estaban entregando tierras a los ejidatarios; la intención era delimitar cuáles eran sus cuatro hectáreas y darles certeza porque el presidente Lázaro Cárdenas se las otorgó a los ejidos pero sin delimitarlas. 

“Total, se hizo para poner eso en orden. Y me dijeron que querían hacer también un catálogo de todas las manifestaciones gráfico rupestres que se encuentran en el área del Procede”. 

Convencida luego de que le ofrecieron asistente, vehículo y recursos comenzó el registro, no sin antes reiterar que no le gusta que se traten las cuestiones de arqueología como arte. 

“Yo asumo que la arqueología es una ciencia, incluyendo los petrograbados y las pinturas, aunque todos los arqueólogos los denominan arte, comenzando por los norteamericanos con los que me peleaba; a ellos les fascinan lo del arte y me he peleado a cantidad, muchas veces. Caminé por todo el desierto, nos íbamos los domingos temprano en la mañana rumbo a San Pedro, a registrar. Así me llevaba a Adriana chiquita y a mi esposo David”. 

De profesiones aparentemente distantes, ella se casó con David Octavio Meza, un estudiante de contabilidad que trabajaba en Banobras y que incursionó en el teatro. Aunque lo conoció por un amigo arqueólogo, Adriana, orgullosa, asegura que ella lo vio primero pues luego se quedaron de ver en la estación del Metro Insurgentes y al bajar lo observó desde una rejita y lo encontró guapo.

Luego la acompañó a hacer trabajo de campo con agricultores de Texcoco, coincidieron en una posada un 12 de diciembre y comenzaron a salir. Él fue caballeroso, entendió su amor por la historia y cargaba todos sus tiliches. Dos o tres meses después de conocerse se casaron un 27 de febrero. Luego llegaron Luis David, Brenda Liliana y Adriana.

FUENTE: MILENIO. 

Crédito imagen: Milenio. 

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