Durante el primer semestre de 2025, Nuevo León registró uno de los periodos más preocupantes en materia de seguridad infantil, con un total de 170 casos de corrupción de menores, según cifras oficiales de la Fiscalía estatal. El aumento del 41% respecto al mismo periodo del año anterior ha encendido las alertas entre familias, especialistas y defensores de derechos humanos.
Aunque este tipo de delito existe desde hace años, el registro actual lo convierte en el peor arranque de año en al menos una década. El delito de corrupción de menores no solo implica la explotación sexual infantil, sino también la inducción a conductas criminales, consumo de sustancias o desintegración social. Para muchos, el incremento refleja un contexto de desprotección sistemática de la niñez en el estado.
De mal en peor… En 2025, Nuevo León suma 170 investigaciones por corrupción de menores, superando cualquier otro primer semestre en la última década. El repunte ha coincidido con denuncias recientes contra entrenadores deportivos de gimnasios estatales.
— Regios al Cuadrado (@Regios_Cuadrado) July 18, 2025
¿Qué prioriza Samuel? 🤔 pic.twitter.com/Ppoy0Nmaa5
Una cifra que genera desconfianza
Más allá de lo numérico, lo que preocupa a la ciudadanía es que el aumento coincide con la ausencia de estrategias claras para prevenir y atender este fenómeno. La confianza en las instituciones ha comenzado a fracturarse. Padres y madres de familia se cuestionan si los espacios en los que sus hijos conviven —como escuelas, gimnasios o colonias— realmente son seguros.
La situación se complica aún más si se considera que algunas denuncias recientes involucran a entrenadores deportivos, presuntamente responsables de abusos o manipulación psicológica hacia menores. Muchos de estos casos han ocurrido en instalaciones estatales o centros deportivos públicos, lo que pone bajo la lupa la política de contratación, vigilancia y prevención del propio gobierno estatal.
La falta de protocolos y de personal capacitado para detectar señales de alerta ha contribuido a que estas situaciones se prolonguen sin atención o denuncia inmediata, agravando el daño a las víctimas.
Reacción oficial casi inexistente
A pesar de la gravedad del tema, la respuesta institucional ha sido tibia o nula. No se han realizado pronunciamientos formales, ruedas de prensa ni campañas masivas de prevención por parte del Gobierno estatal. Tampoco hay informes de reforzamiento en los sistemas de atención psicológica o de orientación para familias.
En contraste, las actividades mediáticas del gobernador Samuel García continúan girando en torno a eventos sociales, anuncios sin relación directa con esta problemática o publicaciones personales. Mientras la crisis de seguridad infantil escala, la agenda pública se desvía hacia temas que poco o nada tienen que ver con la protección de los más vulnerables.
Esta desconexión entre lo urgente y lo visible ha generado críticas desde diversos sectores, quienes cuestionan el compromiso real del Estado para garantizar una infancia libre de violencia.
Entrenadores bajo sospecha
Parte de la indignación social proviene del hecho de que algunos casos en proceso judicial involucran a entrenadores que se desempeñaban en instalaciones públicas. Aunque varios ya han sido vinculados a proceso, activistas señalan que esto solo es la punta del iceberg, pues muchas familias aún temen denunciar o no saben cómo hacerlo.
El perfil de los agresores, en estos casos, resulta especialmente preocupante: personas con acceso diario a menores, a quienes las familias depositan su confianza. La falta de filtros, protocolos y seguimiento institucional ha derivado en situaciones lamentables que podrían haberse evitado.
Organizaciones civiles han solicitado al gobierno implementar sistemas de monitoreo y verificación continua en todos los espacios donde haya interacción con menores, así como capacitación obligatoria para el personal.
Urge atender delitos contra menores
Detrás de las cifras hay historias reales de niños y niñas afectados por el descuido institucional. La corrupción de menores no es un delito menor ni aislado; se relaciona con redes más amplias de violencia, abandono y reproducción de conductas delictivas.
Especialistas coinciden en que el gobierno debe adoptar un enfoque integral que incluya políticas de prevención, atención especializada, apoyo psicológico y justicia efectiva. Asimismo, el sistema educativo y comunitario debe reforzarse para actuar como primer filtro de contención ante posibles señales de abuso o corrupción.
También se ha insistido en que la pena de hasta 12 años de prisión que establece el Código Penal estatal para este delito debe aplicarse con firmeza, y que las investigaciones no deben cerrarse en la opacidad, sino mantenerse con transparencia y seguimiento público.
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